Mi nombre es poesía.
Mi nombre es poesía, la más letal de las pandemias que se inocula a ti cuando la necesitas. El virus que no muere ni mata, el síndrome de la crónica desolación del ser somatizado en el brillo de un irisado himen en el fondo de tu mirada.
Yo soy la que derrumba imperios con uno solo de mis versos. Soy la que sostiene el mundo con mi espiral de deseo concéntrico, la lívido de las estrellas, el inconsciente colectivo de un agujero negro.
Me llamo poesía y soy la asesina en serie de tu cruda realidad de cada día, la que te descuenta los pestañeos, la que te folla los párpados nacarados en el dulce vaivén de la terca mentira que te narran los espejos. Soy sincopado taladro de hipotálamo que perfora tu sien y en silencio te hace abjurar de la bilis corrupta de la amarga rutina de ser el rendido cadáver de ti misma.
Nómbrame en el cadalso del amanecer ungida de gloria y deseo en tu cama. Déjame pernoctar en tu esfínter y desde ahí inocular un peligro latente de cepa madre de revoluciones futuras. Sálvame de ti. Y reniega del mundo antes que serme infiel.
Porque soy despiadada y déspota. Y tú sabrás que mi nombre es poesía cuando recaiga mi venganza sobre ti si me niegas.
Así que déjate enfermar de mi crónico sabor a paladar de palabras jamás dichas antes, a mi vibrante escozor de horizonte, a mi lúbrico mordisco de eterna estirpe de poetas. Y lleva mi nombre en tu bandera y se poesía en la hora aciaga de morir y matar. Y muere por mí. Y vive por mí.